domingo, 30 de marzo de 2014

EL ZOOM


Ayer, mientras  paseaba, una pareja de holandeses me pidió que les hiciera una fotografía frente al Palacio Real. Cogí su cámara, me separé unos metros y, ajustando el zoom, le hice un primer plano a la chica. Al devolverles la cámara y ver el resultado, él pareció enfadarse; en cambio, ella quedó encantada.

jueves, 27 de marzo de 2014

MI CUMPLEAÑOS


¿Por qué si busco mi nombre en GOOGLE apareces tú? Tú no eres yo. Yo soy mucho más joven, perdona que te diga. Mañana te caen cuarenta y ocho años y, lo siento, aparentas más. La barba te delata: mírate, te envejece. Además, no sabes sonreír; siempre de medio lado, ¿es que no te sale la risa franca y abierta? No, tío, yo estoy mejor que tú. Ni siquiera eres fotogénico. Te crees que por salir en blanco y negro se van a disimular las arrugas. No seas ingenuo, la gente lo sabe. Tanta chupa de cuero y tanta camiseta vieja... ¿crees que pasas por veinteañero? Venga ya. Cuarenta y ocho palos, tío, cuarenta y ocho. Déjate de Photoshop y de mariconadas y enfréntate a la realidad de una vez.
Por cierto, feliz cumpleaños, mamonazo.

lunes, 24 de marzo de 2014

LA FRAGILIDAD DEL AMOR

Hace muchos años vivía con una chica a la que no le gustaba como doblaba la ropa. A mí tampoco me gustaba que llenara la cama con cojines absurdos, pero jamás se lo dije.
No tenía reparo en corregirme todo, hasta incluso llegó a enseñarme cómo doblar mis camisetas. Eligió una de mis favoritas e hizo la demostración sobre la mesa del salón, como si yo fuera un aprendiz de dependiente de ZARA.
Jamás he sido amante del orden, pero por amor quise intentarlo.
Todo iba más o menos bien hasta que una noche me despertó muy cabreada. Por lo visto le dolía la cabeza. Tenía un paquete de Ibuprofeno 600 en una mano mientras en la otra hacía bailar su correspondiente prospecto. Todo arrugado.
Hay dos tipos de personas: las que saben doblar el prospecto de un medicamento y devolverlo a su posición original y las que no. Yo pertenezco, definitivamente, al segundo grupo, y mi chica nunca lo entendió.
Al día siguiente cogí mis cosas y me largué. Durante un tiempo me dio por pensar en la fragilidad del amor. Luego se me pasó.

miércoles, 5 de marzo de 2014

EL OTRO FINAL DE... EL SEXTO SENTIDO

Conocí a Cole en el colegio. Al estar sentados por orden alfabético, siempre me tocaba compartir pupitre con él.
Parecía ser más pequeño de lo que era, pero en cambio tenía una inteligencia superior al resto. Apenas hablaba con nadie, solo conmigo parecía sentirse a gusto. No hacía más que contarme historias rarísimas y se quedaba empanado a menudo mirando por la ventana. Yo, la verdad, no le hacía ni caso porque siempre pensé que estaba…

martes, 4 de marzo de 2014

TIGRES DE PAPEL

El pasado día 21 de febrero, durante el acto de presentación de la nueva editorial Tigres de papel, un desconocido que responde a las iniciales R.C., decidió convertirse en protagonista al hacerse con el micrófono en pleno recital de poesía. Los editores, Cecilia Quílez, Mara Troublant y Paco Moral, dando muestras de una paciencia infinita, permitieron al espontáneo hacer uso de la palabra. 
El servicio de seguridad de El Matadero actuó con relativa rapidez. Después del quinto poema, insufrible como se puede apreciar en el gesto de los editores, R.C. fue reducido y amablemente invitado a largarse.
La fotógrafa del evento, Sofía Santaclara, ha decidido no hacer públicas las fotografías del suceso.

domingo, 2 de marzo de 2014

CELIA


Carlos Guido, jurista y profesor de Derecho Civil, jamás imaginó que un día se enamoraría de una de sus alumnas. Pensaba que eso sólo pasaba en las novelas románticas que leía su mujer. Una mañana de marzo, mientras Celia se inclinaba sobre su mesa tomando apuntes en primera fila, Carlos se vio a sí mismo mirando su escote. El sujetador, gracias a un botón desabrochado por despiste, se asomaba apenas perceptible, lo justo para que un hombre pudiera perder la cabeza.
Lo que más le gustaba de Celia era su lengua. Le excitaba su manera de jugar con el bolígrafo en la boca, mordiéndolo con la suavidad de un pezón, y dejando la punta de la lengua recorriendo los labios, dándoles brillo.
A veces, Carlos perdía el hilo de la clase y tenía que recurrir a sus notas para volver a eso que tanto le aburría. Odiaba el ambiente de la Universidad, a sus compañeros del claustro, odiaba su vida. Sólo el flequillo de Celia merecía la pena, con su ligero balanceo hasta que, con feminidad, lo colocaba tras la oreja, donde quedaba en reposo unos minutos dejando ver el brillo de un pendiente.
Todos los días estaba allí sentada, fiel a su sitio junto a la tarima del profesor, en primerísima fila, el lugar perfecto donde lucirse. Celia sabía que sus piernas podían subir dos puntos la media de sus notas. O tres. Incluso cuatro si era en Derecho Civil. Sabía que el profesor Guido la miraba y no le importaba dejar el primer botón de la camisa desabrochado al entrar en su clase, ni dar brillo a sus labios mostrando su lúbrica lengua, ni dejar que sus piernas parecieran dispuestas a dejarle pasar entre ellas.
A Carlos le perturbaba su mirada. Era directa, expresiva y suplicante. A solas soñaba que coincidía con Celia en el ascensor del edificio donde tenía su despacho y, una vez solos, ella presionaba el botón de Stop antes de comenzar a besarle.
Y entonces, un día de junio, el sueño llamó a la puerta de su despacho. No tenía cita; los sueños no la necesitan. Un vestido blanco y corto dejaba ver el bronceado de sus hombros. Al verla, Carlos se levantó para saludarla, comportamiento que jamás tuvo con alumno ninguno. La invitó después a sentarse en la silla y la pidió que explicara el motivo de su visita.
Y Celia, con un mohín perfumado de Dior, le dijo:
   —Verás, Carlos, necesito aprobar tu asignatura.