sábado, 22 de octubre de 2016

EL RESBALÓN

No fue nada, un simple resbalón en el hielo de la acera, pero alguien llamó a los servicios de urgencia. Todo sucedió tan rápido que cuando me quise dar cuenta ya estaba en la ambulancia. Me desabrocharon el abrigo y me levantaron el jersey y la camisa. Yo me dejaba hacer. La impresión al contacto de la membrana de metal fue la misma que hubiera sentido si me hubieran puesto un cubito de hielo en el pecho. Resoplé y noté como se me erizaba el vello de todo el cuerpo. Hacia mucho tiempo que no tenía a una mujer joven tan cerca. La distancia que nos separaba era la medida del tubo de goma de su fonendoscopio. A esa distancia aprecié un pequeño lunar en el pómulo derecho, diminuto, minúsculo, hasta llegué a dudar de si se trataba de una gotita de café. Incluso pude percibir su olor, aunque no podría decir si se trataba de crema hidratante, cacao labial o suavizante de ropa. Olía a limpio en cualquier caso. Para concentrarse en el sonido de mi corazón mantenía la mirada baja, a la altura de mi abdomen. Lástima de los abdominales perdidos hacía unos años, pensé. Las estrellas grises de su fular le daban un toque infantil, como si no fuera una doctora auténtica y simplemente estuviera jugando a médicos. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue su voz pidiendo que prepararan el desfribilador. Lo demás ya lo sabéis por los periódicos. 

jueves, 20 de octubre de 2016

YO, EL ESTETA


Mi padre fue un hombre poco dado a la decoración y al ornamento. Jamás entendió el sentido de la palabra “estético”. No le preocupó la apariencia: ni la suya como persona ni la de todo aquello que le rodeaba. La belleza, según él, estaba sobrevalorada. Tal vez, pienso ahora, fue aquella negación permanente del criterio artístico combinada con su obsesión por vestirme de cualquier manera la que hizo de mí un esteta, signifique eso lo que signifique.

lunes, 17 de octubre de 2016

UNA PIEDRA MÁS

No quería viajar a España. Hacerlo era como salir de la zona de confort que tantos años me había costado conseguir. Cruzar el atlántico era un viaje muy atrás en el tiempo. Siempre que lo hacía tenía la sensación de estar desubicado, aunque mi padre y los cuatro vecinos que quedaban en el pueblo se encargaran de querer convencerme de la importancia de las raíces. ¿Qué raíces? Odiaba aquella aldea, la casa, el olor a conejo, los cuchillos de desollar, los inviernos inacabables, las sábanas con bolas, la mirada de las vacas, el sonido de la cuchara al rozar los platos de metal blancos y desportillados, odiaba sobre todo esa manía por considerar que la única manera viable de ser feliz consistía en sentarse a la sombra de un árbol y mirar cómo pasta el ganado. Odiaba, en definitiva, esa capacidad de dejar la mente en blanco y conformarse con ser una piedra más...

martes, 11 de octubre de 2016

SENTIMIENTOS

No lloré. Quiero estar absolutamente convencido de que no lloré, pero no lo sé. Jamás recuerdo si lo hago. Tal vez debiera haberlo hecho, pero las lágrimas son caprichosas y no vale simplemente con invocarlas para que aparezcan. El miedo a carecer de sentimientos es algo con lo que he convivido siempre y aunque jamás me he acostumbrado a ello, no por eso debo negar su utilidad para enfrentarme a la muerte cuando la siento rondar igual que una novia adolescente, como una de esas chicas que no paran de escribirte cartas que nunca envían...

miércoles, 5 de octubre de 2016

HECHOS PUNTUALES

Abrí el buzón. Uno a uno fui pasando los sobres con la indiferencia de un carnicero cortando filetes. Apenas recibía ya asuntos importantes por el correo ordinario. Las notificaciones bancarias y las facturas han hecho del correo algo tremendamente aburrido, cuando no molesto. Antes de que todos aquellos sobres terminaran en la papelera, hubo algo que me resultó distinto al resto. Era el logotipo del Guy,s Hospital. A su lado, impreso con letra estándar, mi nombre. Siempre resulta impactante, e inquietante también, ver tu nombre asociado al de un hospital. Tenía un contenido bastante grueso. Metí el dedo por debajo de la solapa adhesiva y, cuando lo iba a deslizar, decidí no hacerlo. Imaginé que se trataba del resultado de mi chequeo anual, así que, fuera lo que fuera lo que dijera, podía esperar a mi regreso de España. Sin embargo, lejos de abandonarlo en el olvido sobre mi mesa de dibujo, preferí darle cobijo entre camisas y jerseys dentro de la maleta. Fue una de esas decisiones que se hacen sin motivo, casi de manera automática, cuando la mente está entretenida con asuntos rutinarios o mecánicos. El caso es que allí quedó el informe, hasta el momento cerrado, dando así la sensación de que poco me importaban los resultados. No era cierto, obviamente, pero no siempre actuamos con la cordura que se nos presupone. Yo, al menos, no. Entendí que el comportamiento trivial era también el más lúcido, por eso abrir aquel informe médico horas antes de ver a mi padre muerto hubiera sido tentar a la suerte. Estos hechos puntuales que rompen la rutina es mejor acotarlos en la medida de nuestras posibilidades. Si el azar decidiese aunar dos o más en un mismo momento, lo mejor es ignorarlos hasta tratarlos por separado...